2010-01-27
Los pecados de Haití
La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó. Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand
Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular
en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.
El voto y el veto
Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera.
Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le contestan ordenándole:
-Recite la lección.
Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido el examen.
La coartada demográfica
A fines del año pasado cuatro diputados alemanes visitaron Haití. No bien llegaron, la miseria del pueblo les golpeó los ojos. Entonces
el embajador de Alemania les explicó, en Port-au-Prince, cuál es el
problema: -Este es un país superpoblado -dijo-. La mujer haitiana siempre quiere, y el hombre haitiano siempre puede. Y se rió. Los diputados callaron. Esa noche, uno de ellos, Winfried Wolf, consultó las cifras. Y comprobó que Haití es, con El Salvador, el país más superpoblado de las Américas, pero está tan superpoblado como
Alemania: tiene casi la misma cantidad de habitantes por quilómetro
cuadrado.
En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo fue golpeado por la miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de belleza de los pintores populares. Y llegó a la conclusión de que Haití está superpoblado… de artistas. En realidad, la coartada demográfica es más o menos reciente. Hasta hace algunos años, las potencias occidentales hablaban más claro.
La tradición racista
Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene “una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización”. Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: “Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses”.
Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: “El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro”.
En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino.. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: “Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas”. Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro “puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras”.
La humillación imperdonable
En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.
La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.
El delito de la dignidad
Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia, dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.
Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad..
La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones
de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización
occidental.
2010-01-21
Reflexiones sobre San Canuto
Resulta que hoy, se celebraba -o se esta celebrando mas bien- en la UAM la "festividad" de San Canuto, pues se supone que es una fiesta antes de los exámenes de Febrero.
Bien, hace tiempo recibí una invitación a un "Evento" de esos de las redes sociales, de una persona, no diré quien. En dicho evento se planteada San Canuto como una fiesta "reivindicativa", una fiesta "contestataria". La verdad es que la convocatoria me hizo gracia, evidentemente decline asistir, no lo he hecho nunca y es algo que no me llama la atención. Pero me pareció falsear la verdad presentar tal convocatoria como algo reivindicativo o algo subversivo en cualquier modo. La verdad que deje pasar el tema, pero hoy cuando volvía a casa en el tren, he visto como había muchísimos estudiantes que iban a dicha fiesta y como politólogo que soy, me he propuesto analizar un poco la situación, simplemente echando una mirada a mis compañeros de viaje.
En primer lugar me gustaría defender que la festividad de San Canuto, es eso, una fiesta, se hace para liberar tensiones, para relajarse o para exaltarse, allá cada cual y para reclamar el derecho -legitimo- a que el cannabis pueda ser una droga de uso legal. Hasta ahí creo que todos podemos estar de acuerdo, yo no soy fumador de esta o de otras drogas, pero si creo en la regularización de ciertas de estas sustancias, no podemos ser policías de la gente y cada cual es muy libre de hacer con su cuerpo lo que quiera, no seré yo quien diga lo que cada uno tiene que hacer, eso se lo reservo a otros.
Pero desde una perspectiva combativa, reivindicativa, subversiva no puedo aceptar tal fiesta con ninguno de los tres calificativos expresados. Partiendo de una base teórica marxista, como la que tengo, no puedo tolerar la alineación del ser humano. Hay múltiples formas de alineación, entre ellas la que sufre el trabajador, pero también hay alienaciones, estas mas temporales, que podemos auto infringirnos nosotros mismos, en el uso de nuestra propia responsabilidad. Hay entran en acción las drogas, esas sustancias que nos alienan, aunque sea momentáneamente, pero que comportar un carácter muy peligroso, ya que la alineación puede dejar de ser momentánea y convertirse en permanente. Eso es una adicción, eso es un problema, y los tiene mucha gente, hay adictos a multitud de drogas (entre las que incluyo el tabaco y el alcohol, el cual yo también consumo).
Pues partiendo de la base de que la festividad de San Canuto, -aunque algunos intenten hacer creer otra cosa- es una fiesta para revindicar el consumo libre de canutos, predicando con el ejemplo normalmente, y considerando lo dicho anteriormente sobre la alineación, podemos concluir que la reivindicación, la contestación, en esta fiesta brillan por su ausencia, y esto es debido a que la ingesta de drogas, nos aliena y si en ese momento no estamos en el uso de nuestras capacidades difícilmente podemos luchar, combatir o reivindicar, o al menos hacerlo con un mínimo de decencia. Hacer el ridículo podemos y mucho, reivindicar no, o al menos, no mientras dure nuestra alineación.
Es por eso, y me gustaría abrir un debate al respecto, respetando -e incluso apoyando algunas de estas reclamaciones- me parece injusto y bastante malo para la imagen y para el colectivo en si de todas las personas que llevamos a cabo una actividad contestataria, que se intente revestir de revolucionario y reivindicativo una fiesta, en la que la gente se aliena -como en la mayoría de fiestas. Para muestra, hubiese servido cualquiera foto de alguien con cámara hoy en el tren, mi foto visual, la de mis compañeros de viaje que he mencionado antes, me ha arrojado una estampa de gente que iba a divertirse, a beber, a fumar, a pasárselo bien, echarse unas risas, compartir con sus amigos o hacer nuevos, quien sabe, a quien le interesa. El caso es que iban a divertirse, legítimamente, todos lo hacemos y es sano que lo hagamos. Pero lo que si no creo, es que mis compañeros de viaje y la inmensa mayoría de quienes han ido hoy al campus de la UAM ha celebrar San Canuto, hayan ido con un afán reivindicativo, si no mas bien han ido a pasar un buen rato.